El último tramo de un pura sangre

¿Cuánto cuestan los sueños? ¿Qué estamos dispuestos a resignar por alcanzar una meta? ¿Hasta dónde nos entregamos para atrapar una ilusión? Algunos, como Gastón Revol, pelean hasta después del campanazo final.

Un Rambo heredado, una bici despintada y un montón de pelotas parchadas. Un short cortito con manchones que el lavarropas ya no borra, medias largas e inteligentes con huecos para que respire el dedo gordo, y una camiseta de tela gruesa que resiste a los avatares del paso del tiempo y aún conserva, en tonos algo más opacos que los que mostraron alguna vez, los entrañables azul y rojo. A veces, el paraíso es un chiquilín que juega a las escondidas y se oculta detrás de un traje deslucido.

Como ocurre en toda familia numerosa, a Gastón Revol no le sobraron, durante su infancia, los lujos ni los juguetes nuevos. «El Verde» debió vivir ese placentero desafío que implica hallarle valor a lo heredado. Así, aprendió a reciclar todo lo que le llegaba de sus mayores. Y, entre tantos cacharros sueltos, al momento de elegir no dudó: en sintonía con las elecciones de papá (Manuel) y de sus dos hermanos más grandes, se abrazó a una pelota de cuero vieja, ovalada y con un increíble poder magnético que lo atrapa hasta hoy.

«Habré tenido, no sé, 10 años. Una mañana, mi ‘viejo’ nos llevó al club a mis hermanos varones y a mí, y desde ese día nos enganchamos, nunca más dejamos. Con todos compartí cancha. Con el más grande, Manuel, debutamos juntos: en 2005, contra Jockey de Villa María, arrancamos los dos como titulares y ganamos. Me acuerdo de que estábamos complicados con la clasificación a las semifinales, había que ganar sí o sí», cuenta el capitán de Los Pumas 7’s, que se dio el gusto de jugar también, en Primera de La Tablada, con Facundo, «el Sapo» (Javier) y Mateo, tres de sus siete hermanos (cinco hombres y dos, mujeres).

“Es, sin dudas, uno de los mejores jugadores no solo de los últimos años, sino de toda la historia del club”, asegura, tono de voz firme y ojos bien abiertos, Cristian Villalba, el head coach del club de Urca que lo vio nacer, desarrollarse y llegar hasta donde está hoy: la elite del rugby mundial.

Rápido, potente, vehemente al momento de tacklear, poderoso mentalmente, dúctil con las manos y los pies, a Revol lo invade un cosquilleo incómodo cuando lo aplastan los (merecidos) elogios, y hace un esfuerzo ingente por dejar en claro que se siente un mortal más: “No veo por qué tenga que creérmela. Es cierto que estoy en un lugar donde quizá muchos quisieran estar, pero sigo pensando que no soy mejor que nadie. Si estoy ahí, es porque pasé mejor una pelota para un lado, tackleé mejor, me esforcé más en un gimnasio. No me la creo porque siento que no soy quién para creérmela. Valoro mucho más el esfuerzo que hace un médico que se mató estudiando, con todo lo que me cuesta eso a mí, que lo que hago yo, que es levantarme a correr y entrenarme. No se me cruza por la cabeza sentirme más que nadie”. Y ejemplifica con contundencia: “No sé, si fuera Maradona capaz que sí me la creería…”.

El 10, en jaque
Un buen día, este hincha de Belgrano tuvo frente a sí al único tipo en la faz de la Tierra al que le perdona la intolerable vanidad. Y aunque el encontronazo implicó un desafío, mano a mano, en el deporte en el que aquel es especialista, Revol no se amilanó. “El Verde” retó nada menos que a Diego Armando Maradona y se anotó una anécdota de esas que, entre canas, arrugas y recuerdos huidizos, les contará a sus nietos: le atajó un penal al mejor futbolista del universo.

“Para mí, Maradona no es Dios, pero como deportista siempre me pareció que hacía cosas increíbles en la cancha. De golpe, cruzármelo y verlo me generó un shock. ‘Ahí está, es real’, pensé. Se subió al colectivo, vino a un entrenamiento, nos dio una charla técnica; fue muy especial. Y, unos años después, volvió a aparecer. Paró el entrenamiento, llegó, habló y, al otro día, nos dio la charla antes de jugar contra los brasileños. Vino a patear unos penales y me tocó atajar a mí. ¡El crack de la historia del fútbol pateándome un penal a mí!”, dice, con la emoción a flor de piel, mientras le brota la sangre competitiva: “¡Ni en pedo me lo dejaba hacer! Se lo quería atajar y… ¡se lo atajé! Después me hizo uno”.

-¿Podés repasar tu carrera, mirar hacia atrás y decir: «Guau, todo lo que recogí en este tiempo»?
-Me pasa cuando tengo dudas sobre lo que estoy haciendo. En realidad, cuando tengo dudas sobre lo que no estoy haciendo. Hoy por hoy, no terminé mi carrera universitaria, experiencia laboral tengo muy poca y en laburos informales. Y voy a cumplir 30 a fin de año. A veces me pregunto: “Cuando deje de jugar al rugby, ¿qué voy a hacer?”. En esos momentos, tengo que poner en la balanza lo que estoy dejando de lado y lo que estoy logrando y, realmente, entiendo que es muy bueno y que vale la pena postergar otras cosas. Es lo que me da tranquilidad cuando me hago ese tipo de preguntas.

Con los de casa todo es más fácil
No hay mejor escudo para asimilar los golpes que da la vida que el resguardo que, siempre, ofrece el calor de la familia. Y el segundo goleador histórico del seleccionado argentino de rugby seven, que se ilusiona con estar en los próximo Juegos Olímpicos, lo comprobó en carne propia: «Yo tengo la suerte de que recibí el apoyo de mi familia en momentos de lesiones o malos momentos deportivos. Eso pasa, sobre todo, cuando uno le dedica tanto tiempo y gran parte de su vida a algo. Sin ese apoyo, estás cerca de largar todo a la mierda. Ellos (la familia) y los amigos son los que empujan».

Un bolso gastado encierra ilusiones no perecederas. Ahí, escondidos en un rincón entre los botines y el legado familiar, se asoman los sueños que, como su amor por el rugby, no conocen de fechas de vencimiento. Y “el Verde”, un eterno pasajero en tránsito, ya hizo el check in para un vuelo que promete ser eterno.

Confesiones de un soñador olímpico
Conoció el aroma putrefacto que envuelve a las tardes oscuras, y se empalagó con el sinsabor de las amarguras. Se atragantó con broncas que, literalmente, no pudo ni masticar: durante el último Seven de Dubai, en diciembre, sufrió una doble fractura del maxilar inferior que lo obligó a una cirugía y a una pesada recuperación: “Estuve tres o cuatro días alimentándome por una sonda, por la nariz, con suero. Bajé siete kilos. Para la recuperación, mi ‘vieja’ y mi hermana me daban licuados de todo: de bife de hígado con puré, de fideos con crema; todas las comidas, licuadas con agua y leche”.

Hace cuatro años, cuando la ilusión por vestir la camiseta de Los Pumas XV aún permanecía intacta, a Gastón Revol le marcaron la cancha.

«En un momento, un entrenador me dijo que en la UAR estaba catalogado para el Seven, que no iba a tener oportunidad de mostrarme en el quince, que me lo quería decir para que no me ilusionara y supiera cuál era mi situación y que, si estaba de acuerdo, en el Seven estaba bien parado y se venía el Mundial y estaba la posibilidad de los Juegos (Olímpicos)», larga con la serenidad de quien mira el pasado solo para comprender el presente y encarar el futuro.

«A partir de ahí, quise jugar, pude estar en el Mundial y los Juegos parecían muy lejanos. Tenía 26/27 años y decía: ‘Voy a tener cerca de 30, no sé si voy a aguantar’. Físicamente ya me estaba golpeando. Por suerte, seguí y sigo en el equipo, y todavía estoy peleándola», valora hoy, ya afianzado en una competencia que volvió a ser olímpica después de 92 años.

Pero, lo sabe Revol, la batalla más dura es la que se afronta en la cotidianeidad, en el quehacer diario que reclama sacrificio y ofrece, a cambio, riquezas de cualquier tipo menos de esa tan pobre pero necesaria que es la material.

El rugby «grande» de Argentina encierra una crueldad y segrega en forma brutal: mientras que los jugadores de Los Pumas y los Jagures tienen contratos generosos, los de Los Pumas Seven deben conformarse con una beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento (Enard) y la Secretaría de Deporte de la Nación, que apenas si les permite entrenarse para estar al nivel que demanda la competencia. «Es una plata que alcanza para no tener que trabajar. Lejos de ser un ahorro, vivimos bien, tranquilos. No tiramos manteca al techo, pero tampoco nos falta nada», remarca «el Verde».

-¿Cómo manejás la ansiedad por Río 2016?
-Trato de tomármelo con calma y ni siquiera imaginármelo. Intento enfocarme en lo que tengo que ir haciendo de acá hasta que termine el Circuito para poder estar en el listado definitivo de convocados. Por ahí, se me cruzan imagénes y pienso que qué lindo sería estar ahí, y me imagino a algunos deportistas en la Villa Olímpica. Pero trato de no maquinar mucho para no desviarme de lo que viene ahora. Quedan dos torneos durísimos y hay que rendir para poder estar en el siguiente. Siempre me lo tomé así: ir cumpliendo objetivos a corto plazo para poder llegar al largo plazo.

-¿Cuál es tu gran sueño?
-Cuando me pongo a soñar despierto y empiezo a pensar en algunas cosas, me imagino colgándome una medalla en Río. Sería algo increíble. Ya el hecho de poder estar sería cumplir un sueño. Y, ni hablar, si se da de esa forma.

Texto publicado originalmente el 13 de abril de 2016, en masrugby.com.ar