El volante que tacha la tradición familiar y escribe su propia narrativa

Matías Galarza no es arquero como su hermano, su papá, su abuelo y otros cuatro parientes. Estudia marketing y publicidad, y de chico jugó al tenis. Igual que a todo Talleres, la Libertadores lo desvela, pero en su caso tiene una motivación extra: una promesa hecha hace más de 10 años.

Entre su hermano, su papá, su abuelo, sus tíos abuelos y sus primos segundos, hay en su familia siete arqueros, todos de primera división, y hasta algunos de selección. Y, sin embargo, lo suyo no fueron los tres palos.

“Cuando éramos chicos, mi papá nos escondía los guantes. No quería que atajáramos porque es una posición difícil, muy sacrificada, y tenés que estar preparado física y mentalmente. Con mi hermano no pudo: empezó jugando de delantero y se fue yendo cada vez más atrás, hasta que terminó en el arco. A mí me decían ‘el enano de la casa’: aparte de mis cualidades, la altura no me ayudaba mucho”.

Matías Galarza fue obediente: le hizo caso a su papá –sin ir al arco- y a su mamá. Rolando atajó en distintos clubes de Bolivia y, con el Real Potosí, llegó a jugar la Copa Libertadores 2002. Romina Fonda fue tenista profesional, hoy tiene una academia de tenis, y con su “enano” fue tajante.

“De chico, mi mamá me decía que si no sabía jugar al tenis no era su hijo. Jugué hasta los 12 años, tengo trofeos de tenis incluso. Hoy, cuando estoy de vacaciones, sigo jugando”, le cuenta a LA SAETA el volante de Talleres.

“Modric” –lo apodan así desde que empezó a patear una pelota de fútbol- nació en Paraguay, pero la primera parte de su infancia la pasó en tierras bolivianas. Hasta los 8 años, vivió en Potosí, Tarija y Cochabamba. Su padre es nativo del país en el que su abuelo, Arturo, fue un emblema: además de haber jugado contra Pelé –en un amistoso entre el Bolívar y el Santos, el 16 de enero de 1971, “O Rei” puso de pie al Hernando Siles con un memorable gol de chilena- y tras haber atajado en su selección, se nacionalizó y se convirtió en guardameta de “la Verde”.

El mediocampista albiazul junto con Rolando, su papá.

Pero el linaje familiar con los guantes no se acaba ahí. Arturo tuvo otros dos hermanos, ambos arqueros: Luis Esteban, el menor, y Ramón Mayeregger, el mayor. Con el primero –leyenda en la selección boliviana y en The Strongest- se enfrentaron muchas veces en el clásico paceño, Bolívar-The Strongest, con los dos como capitanes. El segundo fue arquero de Paraguay en el Mundial de Suecia de 1958. Luis Esteban, a su vez, trajo al mundo otros dos arqueros: Sergio (19 partidos con la selección boliviana) y Luis Enrique.

En su casa y en la actualidad, el Galarza arquero es Lucas, su hermano mayor (24), portero de Nacional de Paraguay.

“Con mi hermano compartí una etapa de las inferiores de Olimpia. Él tiene un año y cuatro meses más que yo. También nos enfrentamos, cuando él estaba en Nacional y yo en Olimpia, en reserva. Creo que nos ganaron y no le pude hacer un gol, ja”, relata quien llegó al “Matador” hace menos de un año.

De los 16 años que estuvieron casados Rolando y Romina, brotó un tercer hijo, pero calma: no es arquero. Al menos, por ahora. Tomás tiene 11 y aún no fichó con ningún club. Por estos días, está en Mar del Plata porque su mamá –nacida en San Fernando, provincia de Buenos Aires- debió instalarse en esa ciudad por cuestiones familiares.

“Juega de extremo. Estamos viendo si lo anotamos en algún club de Mar del Plata. Tiene que ser un sitio que le guste, que disfrute y se sienta cómodo. Muchas veces, en las escuelas de fútbol se confunden y a los chicos quieren enseñarles cuestiones tácticas y técnicas, y no los dejan soltarse, jugar y ser libres, razona el jugador cuyo pase pertenece al Vasco Da Gama.

Lucas, de pie y de negro; Matías, arrodillado y con su fiel amiga: la pelota.

Habla de educación y de formación porque sabe de lo que habla. Terminó el secundario en la Trinity School, un reconocido colegio privado y bilingüe que le dio una de las becas que otorgan a deportistas. Y, mientras encara su carrera como futbolista profesional, cursa también una carrera universitaria: ingeniería en Marketing y Publicidad, en la Universidad Americana de Paraguay: “En mis ratos libres, trato de hacer distintas cosas. A veces, jugamos a la Play con los chicos del club, veo algunos streamings, como el del Kun Agüero, o veo fútbol. Nos juntamos mucho con los paraguayos o con los colombianos. Por ahí, me cuesta coordinar porque la mayoría están casados, y yo estoy solo. Y, si no, me pongo a estudiar: estoy haciendo Marketing, a distancia, y estoy en 2do año. Antes había hecho Administración de Empresas, pero tuve que dejar”.

—Con Riveros y Sosa, ¿encuentran en Córdoba buena comida paraguaya?
—Me encanta la comida típica de Paraguay, pero acá no la encuentro porque no están los ingredientes. Me gustan mucho la chipa guasú, la sopa paraguaya, el mbeju, la chipa. Se extraña un poco eso. Igual, la gastronomía de Argentina es muy buena: la carne, las pastas, etc.

Acostumbrado al desarraigo, Galarza sabe desde siempre lo que implica adaptarse a distintas culturas. Conoce las bondades del hombre cosmopolita y digiere, también, las miserias locales.

Madre e hijo: Romina y Matías, fundidos en un abrazo.

—Tu papá es boliviano y tenés mucha relación con ese país. ¿Te molesta cuando escuchás que los hinchas de tu club usan el “boliviano” como insulto?
—No me jode para nada. Incluso a mí, en Paraguay, me decían “bolí”. Y no tengo problema. Yo me crie, prácticamente nací ahí, y tuve la oportunidad de jugar en su selección. Estuve a un paso de ir a la selección boliviana, y mi hermano se nacionalizó y fue convocado también. La gente que se expresa así me da igual. A mí no me afecta.

No lo desconcentran factores externos porque su foco está en la pelota, en el campo de juego. Y es en ese terreno donde lo asalta el asombro.

“De los futbolistas de acá, el que me sorprendió fue (Rubén) Botta –asegura quien tuvo un breve paso por el Coritiba FC-. No lo venía siguiendo mucho y me llamó la atención. Me sorprende mucho la técnica que tiene. A Ramón Sosa lo conocía desde antes de compartir la selección, porque en Paraguay se hablaba de él desde que estaba en River (tercera división de ese país). Era un jugador diferente, ya tenía su jugada característica, y después se fue a Olimpia y trabajó con mi papá, que estaba en el cuerpo técnico de Sergio Órteman. Siempre fue evolucionando y hoy está en su mejor momento”.

De Talleres y de selección: Galarza y Sosa.

—¿Por qué jugás al fútbol, al margen de que sea tu profesión?
—La cancha es un lugar de paz. Ahí se me pasan todos los problemas, siento alegría, me divierto. Si uno entra al campo a divertirse, a hacer lo que sabe, siempre va a ser mejor. Eso mismo le digo a mi hermano más chico: que tiene que entrar y disfrutar, dar lo mejor de sí, que deje afuera la presión, que sepa el compromiso que tiene con el compañero, con el club y con la gente; que nunca deje de ser el jugador que era de chico, que se divertía, que jugaba, que ayudaba. Eso es el fútbol: diversión.

Barrio Jardín está de fiesta. La “T” se prepara para afrontar por cuarta vez la Copa Libertadores, certamen que disputó en 2002, 2019 y 2022. Y el paraguayo, contagiado de esa alegría, se prepara además para una revancha que espera desde hace más más de 10 años: “Cuando Olimpia perdió la final de la Libertadores contra Atlético Mineiro, en 2013, mi papá estaba en el cuerpo técnico y yo viví todo el torneo en el vestuario. Ver cómo nos empataron sobre el final, cómo perdimos por penales, y saber que mi papá estaba metido, eso me dolió mucho: fue el día más triste de mi vida. Por eso, siempre le dije a mi papá que un día le iba a devolver ese momento, pero con una victoria”.

Con la cinta de capitán y con la casaca albirroja.