Una cancha xenófoba, racista y misógina que mejor empezar a callar

Es una pelea por la que conviene no generarse expectativas porque hay que decirlo, no se gana nunca. Toda vez que la discusión se puso en el tapete, quedó allí, olvidada, menospreciada, y (otra vez) burlada. Y, pese a todo, elijo creer que vale la pena ponerla sobre la mesa y pegársela en la frente.

Entre tanto análisis pospartido que canales de streaming, radios, TV y diarios hicieron del soporífero clásico cordobés, no escuché/vi/leí a nadie advertir sobre los repudiables cánticos (en plural) contra “los bolivianos”. Volvieron a sonar las inefables “Qué feo ser pirata boliviano / y en una villa tener que vivir” y “son todos bolivianos / son los putos de Belgrano”, y a nadie parece haber sorprendido.

No es ingenuidad, tengo en claro que la cancha es, entre otras cosas maravillosas, una escupidera prolífica para segregar xenofobia, racismo, misoginia y otras cuantas miserias; es esperanza por un fútbol más sano o, por lo menos –ya empezamos a bajar la vara-, más inteligente.

¿De verdad alguien cree que llamando a otro “boliviano” puede ofender a alguien más que a los propios bolivianos? ¿Cuál sería la ligazón vergonzante de Belgrano con Bolivia? ¿Confunden Bolivia con Perú, tierra de la que provienen los inmigrantes en Alberdi? ¿O simplemente replican sin pensar las cargadas de River a Boca? ¿No tiene Talleres otro montón de motivos por los cuales cargar a su clásico rival?

Nota al pie: el domingo se escucharon otras detonaciones torpes y peligrosas: cuatro bombas de estruendo que explotaron a metros del personal de seguridad y bomberos, y que, además de arruinar una fiesta preciosa, casi obligan a la suspensión del juego. ¿Adónde radica la gracia en lanzarle un proyectil a un tipo que está laburando?

Es una batalla perdida que, sin embargo, vale la pena que encuentre algo de oposición para, al menos, no irse a casa goleados. Porque esa tribuna que este fin de semana cantó, alguna vez fue más allá y colgó banderas de Bolivia y hasta con cruces esvásticas. Y está claro que no representa a la mayoría de sus hinchas, pero tampoco es un mal de pocos: el propio Belgrano acaba de recibir una multa de Conmebol por actitudes racistas en Brasil.

En tiempos en los que se reclaman grandilocuencias –mejores arbitrajes, títulos o que los jugadores no fallen los mano a mano-, yo pido menudencias: un fútbol con más respeto, tolerancia y humanidad.