“Entro despacio, busco un lugarcito, tomo mates con el que tengo al lado y ahí me quedo, callado”. Facundo Lencioni habla del vestuario, pero podría estar hablando, también, de su carrera y del modo en que encara su vida en general. Aprendió que, para hablar, hay que saber escuchar y que, para llegar, hay que saber esperar.
“Soy bastante tímido y en el club me joden: que no hablo, que soy mudo. Pasa que tengo una forma de pensar y es que, al principio, uno tiene que ser muy respetuoso de la gente que está en un lugar, de su trayectoria, de los que son más grandes. Y eso hace que me cueste a la hora de largarme, de hacer sociales, pero no quiere decir que no esté cómodo, sino que es mi forma de ser. Me gusta escuchar, ver cómo se manejan: observar primero y, a partir de ahí, empezar a manejarme con el ejemplo”, le dice el rafaelino de 22 años a LA SAETA.
Aunque debutó en el primer equipo en abril del 2021, volvió a la primera del “Pirata” después de más de dos años. Su primera vez fue accidental. Aquel 25 de abril, por la 7ma fecha del Nacional B, el DT Alejandro Orfila mandó a la cancha a cuatro juveniles por un brote de contagios de Covid-19. De los tres que ingresaron en el complemento –el arquero Juan Strumia jugó desde el arranque- del 0 a 0 contra Nueva Chicago, quien reemplazó a Bruno Zapelli era el de mayor edad (nació el 14/2/2001) y el de menos renombre: Ignacio Tapia y Agustín Galli, división 2004, eran las joyitas a seguir.
Cuando el 28 de julio de 2023, ya en Primera División, Belgrano recibió a Rosario Central en el empate en cero por la última fecha de la Liga Profesional, de esos pibes que salvaron la ropa contra “el Torito” el único que estuvo presente fue Lencioni. A los 25 minutos del segundo tiempo, tuvo su ansiado regreso a la primera de la “B” y su estreno en la máxima categoría del fútbol argentino. Mientras tanto, Strumia y Tapia siguieron –y siguen- en Reserva, y Galli colgó los botines.
“Siempre supe que, contra Chicago, había ido a ayudar y que después tenía que volver a Reserva. Yo no estaba en el plantel de primera. Fui a dar una mano por una situación muy rara como fue la pandemia, pero sabía que era un jugador de Reserva y que, para ser de Primera, primero tenía que ganarme un lugar en el plantel, competir internamente con mis compañeros, etc. Trabajé con un coaching y con psicólogo, y pude entender que esto es día a día y que ser titular un día y al partido siguiente ir al banco es parte del camino. Ni hoy sos el mejor porque jugás de arranque, ni mañana porque sos suplente perdiste tu lugar. Yo jugué el anteúltimo partido en Reserva con Estudiantes (anotó un doblete para el triunfo 6-0), y ahí jugás en el predio, sin TV, con poca gente. Y a la semana entré contra Central, y te vas del estadio con 20 o 30 personas que te piden autógrafos o una foto. Hay que estar tranquilo y no dejar nunca de entrenarse, de corregirse, porque en algún momento la oportunidad va a llegar”, reflexiona el volante/lateral/lateral-volante.
La ruta futbolera del viejo, la herencia emprendedora familiar
Empezó a jugar a la pelota siendo un chiquilín, y trazó el mismo camino que, a otra escala y en otra época, había recorrido Jorge, su papá: “Arranqué a los seis años, en la escuelita de fútbol del Club Atlético Peñarol de mi ciudad. Después, hice todas las inferiores en Atlético de Rafaela hasta que, en quinta, me vine a Belgrano. Mi viejo jugó también en Peñarol y Rafaela, pero en la primera de la liga local”.
En su casa recibió el hechizo del fútbol y absorbió, además, el gen emprendedor, ese que, sin perder la serenidad, lo obliga a estar siempre en movimiento. Su papá no fue futbolista, pero se convirtió en analista de sistemas; su mamá, Lorena, tiene un negocio de ropa (Tentaciones); una de sus hermanas, Florencia (21), estudia el Profesorado de Matemática y otra, Fiorella (19), es maestra de grado; y la familia toda está relacionada con el negocio más antiguo de Rafaela: Óptica Lencioni, fundado en 1900 por el italiano Uvo Lencioni, papá de su abuelo.
“Mi abuelo, Ivo Lencioni, era óptico y estuvo toda la vida ahí. Mi tío, hermano de mi papá, sigue ahora con otra empresa, Vitolen, y es la que les hace los vidrios a los lentes. Ahora, en la óptica están los hijos del hermano de mi abuelo”, cuenta, y en parte explica cómo fue que, por inquietud propia, tuvo un fugaz paso por el Club Atlético 9 de Julio: “En octubre del 2020, como era imposible que en lo que quedaba del año hubiera un torneo de 4ta de AFA, pedí autorización a Belgrano y fui a mi ciudad a jugar el Torneo Regional Federal Amateur. Era algo que nos servía a todos: a mí, para tener continuidad y partidos oficiales, y a Belgrano porque me iba a tener en ritmo y en competencia. Obviamente, la prioridad era de Belgrano y, si me llegaban a necesitar, me tenía que volver”.
Supo escuchar, esperar y, claro está, ver. Vio más allá de lo evidente y prefirió siempre que la mirada del resto se posara en lo esencial.
—Jugaste mucho tiempo la número 10. ¿Tiene algo especial esa camiseta?
—Para mí, no. Quizás vaya de la mano con mi personalidad, mi timidez, pero no me gustaba usar la 10. Sentía que tenía algo encima que hacía que todo el mundo me estuviera viendo. En Argentina es muy común mirar al número 10 y tal vez esa responsabilidad o mirada especial no me hacía sentir tan cómodo. Disfrutaba más con la 11 o la 8. Ojo, no quiere decir que no la pasaba bien con la 10, sino que, hilando muy fino, prefería usar otro número.
Esas ganas de aprender las trasladó no sólo al campo de juego, sino también a la parte educativa. Así como en la pandemia buscó la forma de competir, aprovechó también para encarar una carrera universitaria: “Una de las cosas que me trajeron a Córdoba, además del fútbol, era la posibilidad de estudiar una carrera. Sabía que acá había una Universidad Nacional muy buena y que había otras dos o tres privadas. Apenas me anoté en Kinesiología, en la Siglo 21, me volví a casa para pasar el fin de semana y empezó el aislamiento. Así que hice todo el primer año a distancia. Era muy cómodo porque me entrenaba a tres cuadras de casa y después volvía y me ponía a estudiar. Pero cuando volví al club ya se me hizo muy complicado seguir, por los tiempos, la distancia en la que está la universidad, y demás. Después quise hacer Recursos Humanos en la Escuela Superior Manuel Belgrano, pero tampoco pude”.
En su corto recorrido con la casaca del “Pirata”, ya dejó en claro su sed de crecimiento. Si bien en inferiores era enganche, viró luego a volante por izquierda, en su debut contra “el Canalla” ingresó como mediocampista por derecha y en su último juego, contra River, descolló como marcador de punta.
“No tengo problemas en jugar de 3. Obviamente, mi puesto natural es volante, una posición más ofensiva, pero tengo que adaptarme a las distintas posiciones para darle más opciones al técnico –razona quien, en cuartos de final de la Copa de la Liga, ocupó el lugar que se repartían los lesionados Alex Ibacache y Lucas Diarte-. Jugando en el medio, tanto por izquierda como por derecha las responsabilidades son las mismas: en la primera, ayudar al ‘3’ y en la segunda, darle una mano al ‘4’. Después, por izquierda tengo más opciones para jugar por banda, buscar el mano a mano y terminar con un centro desde cualquier lugar de la cancha; y por derecha, lo que me permite es tirarme más al medio, asociarme, enganchar para adentro y darle más lugar al ‘4’ para que pase”.
Son los suyos los que le permiten lanzarse a aventuras que, sin contención, podrían resultar inalcanzables. Son ellos, su familia, los que allanaron el camino de este silencioso soñador en su incipiente travesía: “En el fútbol hay muchas cosas externas que pueden hacer que uno recaiga: las redes sociales, la exposición, los comentarios. Por eso, hay que tener la cabeza fuerte. Yo tuve la suerte de tener una familia que me acompaña y me ayuda a orientarme cuando me equivoco y que me dio una educación que me permite no relajarme nunca y manejarme siempre con respeto”.