Compro tu demagogia, fútbol de Córdoba. Si es el costo que debo pagar por ver una fiesta semejante, me dejo llevar por tu engaño. Me creo eso que tan bien aprendiste de nuestra política: que “somos una isla” y que por eso gozamos del clásico de verano que el resto del país añora. Suspendo mi espíritu crítico y, aun cuando juraste condenar la violencia, legitimo tus patadas desleales, tus declaraciones venenosas y tus tribuneras reacciones de guapo.
Valido a tus jugadores que se preservan esperando una posible venta, y a los que llamativamente se desviven por brillar ese día de sobreexposición. Confío en tus funcionarios sedientos de poder que, en un año electoral, camuflan su voracidad en la sonrisa artificial con que entregan una copa. Hasta apuesto por ese puñado de caminatas pacíficas que, antes y después del partido, se da entre hinchas de ambos clubes en medio de un juego amistoso.
Me fío del fanático de Belgrano que todavía habla del campeonato a Primera y le baja el precio a una goleada, y le doy crédito al apasionado de Talleres que perjura que la herida de la final contra Patronato ya cicatrizó y que hasta ayer prometía que en el historial de los clásicos estos choques eran irrelevantes.
Si lo que me vas a dar es alegría popular, con previas de atestadas parrillas sobre el río y debajo de los puentes, más 90 minutos de euforia con banderas flameando y fuegos artificiales iluminando la noche, te tolero lo que a esta altura ya debería ser intolerable: tus vomitivos cánticos xenófobos, homofóbicos y racistas.
Por un Talleres-Belgrano, Belgrano-Talleres, te concedo casi todo, contradictorio fútbol de Córdoba.