No te vayas, campeón, quiero verte otra vez

La muerte de Ernesto Rodríguez III dejó un poco huérfano al periodismo deportivo argentino de calidad. Texto escrito en septiembre de 2019, en Facebook.

Mirá que sos jodido, ¿eh? Siempre te gustó zamarrear el avispero, pero creeme que esta vez se te fue la mano. De nuevo hiciste que estemos todos repitiendo tu nombre, conmovidos, aunque ahora con el alma estropeada. Como la inmensa cantidad de colegas y amigos que no paran de escribir y de llamar buscando explicaciones donde no hay más que tristeza, no estaba preparado para esta bomba. Te juro que a este nocaut uno no sé cómo contarlo ni en qué lugar de tu riguroso archivo ubicarlo. Me agarraste con la guardia desarmada, y el cross todavía me tiene gateando sobre la lona.

¿En qué quilombo andarás metido ahora, vieja? Porque a mí no me jodas, vos no te fuiste a descansar. Si en tu vida cabían sólo dos amores: el de Agus y los pibes –cierro los ojos y puedo oír tu voz resquebrajada narrándome el día en que fuiste papá, en un taxi rumbo a una conferencia de prensa-, y el de hincharles las pelotas a los poderosos.

¿Te acordás cuando me dijiste que no dudara, que no fuera boludo, que me subiera a ese avión rumbo a Las Vegas aunque no tuviera acreditación para la pelea ni hotel? ¿Te acordás cómo me avivaste de que allá los hoteles tienen dos camas grandotas, y que como a vos Olé te pagaba todo, yo no tenía que poner ni un peso? ¿Recordás que, cuando llegué, interrumpiste tu trabajo y fuimos –bah, fuiste: con tu coraje, tus contactos y tu inglés- a pelear por mi acreditación, y a las pocas horas ya estaba instalado y laburando y tipeábamos como dos enfermos? ¿Y de cuando entré a trabajar a La Voz? ¿Sos consciente de que fue tu agenda la que me abrió puertas, porque al poco tiempo de entrado a trabajar ya había entrevistado a los entrenadores de los seleccionados argentinos de rugby, de hockey, y a un sinfín de excampeones mundiales de boxeo? ¿Entendés que no sólo hiciste de todo para que fuera un mejor profesional, sino que te preocupaste también porque fuera una mejor persona? “Ojo, porque ahí hay chicos que ya hacen rugby, y sé que está la Euge con el hockey. Antes de hacer cualquier cosa, siempre hablá con ellos”, me guiaste.

Yo no sé si alguna vez te creíste todas las veces que te dije que eras un ser excepcional, porque te cagabas de risa, pero yo te lo decía de verdad. A todos nos gusta cuestionar, inquietar al poder, husmear en el archivo, pero a veces, por fatiga, por temor o vaya a saber por qué, le regalamos una sonrisa tímida al inútil de turno que ostenta un cargo, y dudamos acerca de publicar o no un material que podría incomodar a un ídolo. Y ahí aparecías vos, como dijo hace un rato el Sapo Vázquez, un Quijote del periodismo, para recordarnos cuál era la esencia de esta profesión, que no entiende de favores oficiales ni de abrazos complacientes.

Cuando murió mi viejo, me costó reencontrar el rumbo. En ese entonces, yo era un adolescente irresponsable y, con él adelante, el camino era demasiado fácil: sólo se trataba de caminar detrás suyo. Desde esta madrugada, cuando leí el mensaje que confirmaba tu muerte, me siento otra vez algo perdido. Y ahora me doy cuenta el porqué: perdí la brújula que me hacía pisar sobre seguro, al compás del amor y la dignidad.

Te quiero mucho, Tota. Mucho.