La primera vez que me llamó, estaba desperdiciando la adolescencia en un McDonald’s con un amigo. Recuerdo que, cuando me dijo quién estaba del otro lado del teléfono, abandoné la fila y salí hacia afuera a conversar. Por ese entonces, yo escribía en un blog que pretendía publicar noticias sobre la actualidad del boxeo argentino, y era un errático aspirante a periodista que amaba el deporte y tenía una única virtud: rastreaba cuanta novedad boxística giraba en torno a la disciplina y las publicaba para un puñado de generosos apasionados. Entre esos pocos lectores estaba Ernesto Rodríguez III, que ya era lo que fue hasta el último día de su vida: uno de los más brillantes periodistas dedicados al deporte. Y me llamó para chequear un dato que vio –y luego publicó, citando la fuente, como debería ser y casi ya no es- en ese intrascendente blog. Así funcionaban su rigurosidad y su ética profesional.
Es por estas fechas, cuando el fin de año nos avisa que hay que premiar a los mejores deportistas de la temporada y en todas las redacciones nos invaden las incógnitas. Son estos días, en que llega diciembre y no hay dignidad, ni aguinaldo, ni felices fiestas. A personas como Ernesto se las extraña todas las mañanas y las tardes y las noches, pero hay momentos en que su recuerdo nos sacude con muchísima más frecuencia. Porque es en las horas de los balances cuando, al advertir el sobrante de deudas y el faltante de recursos, nos cuestionamos casi todo: ¿vale la pena continuar en una profesión (por jefes) cada vez más bastardeada y (por empleados) cada vez menos honrada? ¿Conviene invertir horas en investigación cuando lo que reina es el clic berreta, urgente y mentiroso? ¿Es oportuno apostar a la crónica, a la palabra cuidadosamente seleccionada, al trueque de sudor por un dato? A esta altura del año nos sopapean los raptos de pesimismo, y el presente no invita a darle batalla a un rival que en su crueldad luce casi sin fisuras. Es en el pasado –sí, en el melancólico, idealizado y doliente ayer- donde hallamos la motivación para seguir adelante. Porque cerramos los ojos y se nos viene a la mente un tipo hiperquinético, a bordo de su bicicleta, hablando por teléfono, intercambiando mensajes, tuiteando, redactando, averiguando, ayudando, legando, queriendo.
El texto fue publicado originalmente por La Rodríguez, revista que ETER lanzó en diciembre de 2019 en homenaje a Ernesto y Marcelo Rodríguez.