Para él, no hada hay más serio que el juego. Antes que cualquier otra actividad, le gusta jugar. Y para hacerlo le gusta tomarse su tiempo. Por eso, a los 6 años inició una gestión para que lo cambiaran de curso porque no llegaba a entrenamiento.
“En primer grado, iba al colegio a la mañana y entrenábamos a la tarde, dos veces por semana. Uno de esos dos días yo tenía un contraturno en la escuela y me perdía el entrenamiento. Entonces, para no quedarme sin ese día de práctica, pedí en la escuela que me dejaran hacerlo con un curso diferente al mío, y por suerte accedieron”, recuerda Gastón Lodico, en diálogo con LA SAETA.
Nació con la pelota bajo el brazo. Aunque ni su papá, Ricardo, ni su hermano menor, Julián, se calzaron jamás la camiseta de un club, su apellido es sinónimo de Lanús. José Luis “Pino” Lodico fue un elegante volante central que, entre el 72 y el 83, jugó allí 302 partidos, se convirtió en ídolo y fue capitán del equipo campeón de Primera B, en 1976, cuando compartió plantel con su hermano Carlos.
“La mía es una familia muy futbolera. Tengo dos tíos, José Luis y Carlos, que jugaron en la primera de Lanús. Mi viejo jugó siempre al fútbol, es muy buen jugador, pero no se dedicó profesionalmente: tiene un negocio de computación, en casa, y mi mamá (Nancy) y mi hermana (Camila), que es profesora de danza, colaboran con él. Lo mismo, mi hermano más chico. Todos ellos jugaban bastante parecido. Por lo que me dicen y lo que pude ver de mi papá y el resto, tengo un juego similar al de ellos. Todos trataban bien la pelota”, revela el mediocampista de Instituto.

“Pino” había quedado en River, San Lorenzo e Independiente. Pero a don José, su papá y abuelo de Gastón, le resultaba imposible llevarlo a los entrenamientos teniendo que atender a sus otros 11 hijos, y a los numerosos trabajos que afrontó desde que llegó de Sicilia: en una fragua, como herrero, de albañil, de plomero, de peluquero, en un bar y hasta de almacenero.
“En el barrio y la zona, vos decías ‘los Lodico’, y se sabía que jugábamos al fútbol. Tanto Orlando (82), como Carlos (69), Miguel Ángel (65), Ricardo (58) y yo (72), en algún momento jugamos. Nacimos con esa facilidad. Éramos todos muy habilidosos, de pegarle bien a la pelota, a pesar de que mi viejo no jugaba. Mi papá me vio jugar a mí de grande, ya en primera –confiesa quien, por una dolencia en un oído, se retiró a los 30 años-. Pero al resto de mis hermanos no los vio, porque se la pasaba laburando. Sabía que jugábamos bien, pero no iba a la cancha como va un padre o un abuelo ahora a ver sus hijos o nietos”.
Cuando sus sueños de futbolista parecían diluirse, un torneo en el club Podestá le devolvió la ilusión. Pese a que perdió la final 5-4 contra Lanús, José Luis, crack de “Los Pibes se Divierten”, el equipo del barrio con el que acarició el campeonato, sedujo a la gente del Granate y recibió la propuesta para sumarse a ese plantel.

“Me vieron en ese torneo, en el que jugaban Boca y River, y me invitaron a jugar para Lanús. Ahí volví a tener la esperanza de jugar”, cuenta quien debutó en el primer equipo con Ángel Labruna como DT. Fue el propio “Angelito” el que, horas antes de su estreno profesional, le dejó una enseñanza que forma parte del ADN de los Lodico: “Mirá que, si jugás mal hoy, igual vas a seguir jugando. Yo te vi jugar y jugás muy bien, así que jugá tranquilo”.
Una pincelada de buen fútbol
Una vez devenido en jugador, “Pino” combinó sus dos pasiones: el fútbol y la pintura. Pintó paisajes, carteles y tuvo un taller que funcionó en el propio Club Atlético Lanús: “Durante más de 30 años trabajé en un taller de publicidad. Pintaba a mano carteles impresos en lona, hice trabajos para inmobiliarias, y pinté letras y paisajes. Con el tiempo, me di cuenta de que existe mucha relación entre pintar y jugar a la pelota: las dos cosas son arte. Cuando ves que en un partido no pasa nada y, de repente, un futbolista hace algo que te deslumbra, esa es la creación, ahí apareció el talento. Y, a veces, estás pintando horas y no encontrás lo que estabas buscando y, de pronto, en cuatro pinceladas se te aparece eso que buscabas. Todo lo creativo tiene que ver con el arte”.
Esa preponderancia de lo lúdico, lo estético y la templanza, “el Gato” la construyó en el Club Atlético Pampero, en Racing y, por supuesto, en el Lanús de sus amores.
“Yo empecé jugando en el baby fútbol de Club Atlético Pampero, en mi barrio. Y de chiquito jugué un tiempo en Racing, durante tres o cuatro años. Ya a los 10 fui a Lanús, donde hice todas mis inferiores”, dice el futbolista de 25 años que pasó por Hungría (Ferencváros), Chile (O’Higgins) y Aldosivi.
—Siempre decís que te gustan los jugadores que piensan. ¿Creés que en el mundo del fútbol no siempre se valora “la cabeza”?
—Creo que siempre fue una de mis particularidades, de mi forma de ver el fútbol y lo que siempre trató de hacerme ver mi papá. En el fútbol de hoy, todo es más dinámico, mucho más rápido, entonces se valora menos a esos jugadores que piensan, que se toman un tiempo más. Yo trato de hacerlo, me siento cómodo y confiado cuando lo hago.
Empezó como enganche y debió virar a volante por izquierda, interno y mediocampista central. Pero, lejos de renegar de esa adaptación, asegura que la disfrutó.

“Pasé por muchas posiciones y eso es algo que valoro, porque eso te hace crecer y aprender mucho. Me siento cómodo en toda la mitad de la cancha. Trato de buscar la mejor manera de sentirme bien, toque donde me toque. Sé que hoy se juega poco con enganche, pero creo que lo de los sistemas y la forma de jugar de los equipos no tiene mucho que ver con eso. El fútbol ahora es mucho más rápido: quizás se puede jugar con enganche, pero con un enganche que se adapte también al fútbol moderno”, razona este admirador de Riquelme, Aimar y D’Alessandro.
Su tío reconoce que Gastón ya no juega cerca del área rival, pero asegura que la lucidez de su sobrino puede ser determinante aun empezando desde atrás. “Tiene mucho panorama para jugar, es muy bueno técnicamente, maneja los dos perfiles, y eso hace que erre muy pocos pases. Siempre está buscando salir por el lugar donde hay más espacio. Es un jugador que tiene mucho control, y en el fútbol de hoy, cuando controlás bien, hacés la diferencia. Es inteligente para jugar y ver el fútbol. Esa quizás es la palabra: inteligencia. De chico, jugaba como volante ofensivo, llegaba más al arco. Hoy juega más como un doble 5, y es importante porque si la pelota sale bien de ahí, se termina armando una buena jugada”, concluye “Pino”.
No obstante, en esta rueda que es la pelota mercantilizada y sólo gira si la empujan los resultados, toca adecuarse a mucho más que las exigencias tácticas. “A veces, en el mundo del fútbol se critica mucho, se es medio cruel, sin darse cuenta. Y no lo digo como crítica, porque es algo que uno con el tiempo va aceptando y sabe que es así”, apunta “el Gato”.
Pero, a pesar de esas condiciones que impone el negocio del deporte, Lodico disfruta y hace disfrutar con su juego refinado y cerebral. Como disfrutaron e hicieron disfrutar siempre los suyos, jugando: “Entrar a una cancha y jugar a la pelota es una mezcla de sensaciones: felicidad, porque es por lo que uno luchó, lo que uno deseó siempre de chico y por lo que hizo tanto sacrificio; y un poco de presión, de esa adrenalina de saber que estás jugando un partido profesional, que te está mirando mucha gente. Pero es muy lindo y uno trata de disfrutarlo lo más que puede. Me gusta disfrutar del día a día, y no volverme loco con el futuro; disfrutar de los entrenamientos, de los partidos, de estar con mi familia, de lo cotidiano, de la tranquilidad de estar en casa. El fútbol y mi familia son lo más importante que tengo: con ellos viví los momentos más lindos de mi vida”.