El equipo de Miguel: Navarro, con la familia como faro

Hijo de papá camionero y mamá ama de casa. Fue padre a los 18. Empezó jugando al béisbol. Cuando se convirtió en futbolista, le prometió a su madre que iba a llegar a la selección: hoy está preconvocado para la próxima Copa América.

«Antes que ser cualquier cosa, médico, abogado, futbolista, primero hay que ser persona». Ángela Beatriz Zárate Barbosa, 46 años, ama de casa, le habla a su hijo que, ya de chiquito, muestra condiciones para sobresalir en el deporte. Entonces, lo advierte. Le avisa que esa destreza que mostró en el béisbol y ahora en el fútbol es capaz de llevarlo a un éxito que, mal manejado, puede resultarle peligroso.

Miguel Navarro lo cuenta en su primera convocatoria con la sub-20 de Venezuela. Y son esas palabras las que, en buena medida, explican el crecimiento y el presente del lateral izquierdo de Talleres. Fue el primer deportista profesional de su familia. Jean-Pierre Navarro Molina, su papá, camionero, también de 46, lo acercó a la disciplina insigne de su tierra: el béisbol. Pero sus compañeros de escuela lo invitaron a practicar otra que, desde hace unos años, le disputa esa popularidad: el fútbol.

“Mi mamá y mi papá siempre nos inculcaron a mis hermanos y a mí que, donde uno vaya, tiene que estar la humildad por delante. Hoy, que ya estamos grandes, mi mamá nos sigue corrigiendo alguna cosa. Somos una familia muy humilde. Mis padres son separados. Yo soy el único hijo que tienen juntos, pero luego cada uno formó familia y ahí soy el mayor de cuatro hermanos”, revela el marcador de punta de 25 años en diálogo con La Saeta.

Los años de Navarro en el club donde debutó como profesional: el JBL de Zulia.

Repartió su infancia entre dos barrios del estado de Zulia: La Montañita, donde vivía su madre, y Villa Baralt, en la casa de su papá. Y por los clubes de esa zona de Maracaibo. Tras la incursión en béisbol fue turno del futsal, en el Rómulo Gallegos. De ahí al Cacique Mara, su primera experiencia en fútbol 11, para más tarde unirse al Fundauam y lograr el trampolín hacia su sueño: el debut profesional. En 2017, con el Deportivo JBL, debutó contra el Aragua FC en Maracay. Luego, lo conocido: Deportivo La Guaira, Chicago Fire y Talleres.

“El deporte rey de mi país fue siempre el béisbol. Con mi papá íbamos a ver los partidos y ahí nació el amor por ese deporte. Mis amigos del colegio vieron que tenía habilidad para los deportes y me invitaron a jugar al fútbol de salón. Después, cuando empecé en fútbol 11, arranqué de extremo, de delantero. Hasta que un entrenador vio que era rápido, que podía recuperar pelotas y me puso a jugar de 3”, narra quien comparte puesto con otro extranjero: el paraguayo Blas Riveros.

Aunque llegó a la “T” hace poco más de tres meses, sabe del club de barrio Jardín desde mucho antes. Porque, previo a calzarse esa camiseta, veía sus partidos por televisión. Es que forjó una gran relación con Federico Navarro, exjugador del “Matador”, con quien fue compañero en el Chicago Fire de la MLS (Major League Soccer), donde pasó cuatro años, la mayor parte de su carrera.

“Con Federico (Navarro) conectamos muy bien desde que llegó al equipo –dice de sus años en Estados Unidos-. Yo le comenté que veía mucho fútbol argentino, porque había tenido de compañeros a Samuel Sosa, que jugó acá en el club, y al ‘Maestrico’ (César) González, que estuvo en River. Y con Fede nos empezamos a juntar en mi casa o en la suya y veíamos los partidos de Talleres”.

—¿Cómo ves la MLS en relación con el fútbol argentino?
—Allá tienen una logística que es buenísima. Con el tema de los vuelos, por ejemplo. Pero acá tienen la manera en que se vive el fútbol, las hinchadas. Futbolísticamente, acá estamos uno o dos pasos por encima, más allá de que la MLS creció mucho, porque fueron jugadores como Zlatan (Ibrahimović), Kaká y ahora están Messi y Suárez.

—Tu pase pertenece a Colorado Rapids. ¿Te gustaría quedarte en Talleres?
—La idea es, en principio, quedarme acá. Estoy a préstamo hasta diciembre, con una opción de compra. Pero ya veremos. Yo estoy muy contento, desde que llegué me trataron de una manera increíble todos mis compañeros y todas las personas que forman parte del club. Sé que Talleres es y va a ser un club que va a competir por mucho tiempo.

El venezolano debutó en la selección mayor marcando nada menos que a Messi.

El sueño “vinotinto” del que aún no despierta
A esa madre que un día le dijo que no se olvidara de ser buena gente, un día le prometió que vestiría la camiseta de la selección nacional. Y le cumplió con creces: fue convocado para la sub-20, la sub-23 y hoy aparece en la convocatoria preliminar para la próxima Copa América. Y en medio de esta etapa dorada no se olvida de valorar a quienes le aportaron algo más que conocimiento futbolístico.

“Cualquier jugador desea siempre ponerse la camiseta de su país. En mi caso fue un anhelo desde niño, cuando veía a la selección y le decía a mi mamá que algún día me iba a ver ahí en la televisión. Hoy, gracias a Dios, pude lograr ese objetivo que me puse desde niño, y es un sueño hecho realidad. Además de (Fernando) Batista, tuve la suerte de que me dirigiera (José) Pekerman, que me corrigió muchas cosas en la parte deportiva pero también me marcó mucho fuera del fútbol. El futbolista queda a un lado y lo que queda es la persona. No todo es fútbol: uno tiene una vida aparte y en eso José me ayudó mucho”, reconoce.

Fue Pekerman el que lo hizo debutar con la selección mayor. El 25 de marzo de 2022, nada menos que contra la Argentina de Messi, en La Bombonera y por Eliminatorias.
“Fue un sueño, una locura. Soy un fanático de Messi, de su juego. Traté de disfrutar mi debut al máximo, porque el fútbol se pasa rapidísimo, pero sabiendo que éramos rivales y que cada uno estaba defendiendo la camiseta de su país”, rememora el día en que le tocó marcar a “Leo”.

Recibe la pelota y activa el modo futbolista. Se toma un tiempo, corre la pelota a un costado, y otra vez vuelve a conectar con su humanidad. Su dispositivo de pensamiento le permite surcar la banda izquierda de un campo de juego y, al mismo tiempo, prestarle atención a esos asuntos importantes que poco tienen que ver la profesión: “Tengo una hija de 5 años, se llama Anabella y vive en Chile con su mamá. Cuando nació, yo tenía 18 años, todavía era un niño. Y su llegada me impactó porque uno tiene que cambiar el chip y pensar en que a la bebé no le haga falta nada y en que uno tiene que estar siempre ahí para lo que necesite. Eso me ayudó también a madurar muy rápido: gracias a ella, soy la persona que soy hoy”.