Dubersarsky: “Me entregué sin saber si lo iba a lograr: el fútbol es un acto de amor”

Es el primer futbolista de una familia de tradición médica. En inferiores le tocó superar lesiones y ser rezagado. Combina su promisoria carrera en Instituto con la de Psicología.

Su papá es oncólogo y su mamá, psiquiatra y oftalmóloga. En su familia no hay futbolistas profesionales. Tampoco fue a un colegio con tradición futbolera. Dio sus primeros pasos en un club del ascenso de la Liga. Y, sin embargo, un año después de haber pisado por primera vez una cancha de 11, Instituto, semillero de campeones del mundo –Kempes, Ardiles, Dybala-, lo fichó para la categoría de pre-AFA.

Nicolás Dubersarsky es una de las revelaciones de “la Gloria”. Con menos de 10 partidos en primera, el volante central, que debutó contra River y fue figura ante Boca, mostró una solidez y una madurez que solo se explican cuando se indaga en su historia fuera del campo de juego.

Este año, además de en la máxima división del fútbol argentino, el joven de 19 años debutó en la universidad.

“Arranqué Piscología (Siglo 21), estoy en el segundo semestre de 1er año. Me decidí a estudiar porque en un momento no me estaba sintiendo muy bien, me había lesionado jugando en Reserva, y empecé a repensar algunas cosas, sentía que necesitaba algo más en mi vida. Me junté a tomar un café con mi viejo –dice como si el que dijera fuera un veterano curtido: encaró el problema sentando al padre con un café-, hablamos de la vida, sobre las cosas que estaba sintiendo, y le dije: ‘Tengo ganas de meterme en una universidad’. En el colegio, cuando me preguntaban qué iba a ser, les decía futbolista, pero algunos profes no me creían, entonces buscaba otra respuesta y decía psicología”.

Tras haber jugado siempre con su colegio, el Israelita General San Martín, dio el salto a las canchas grandes y defendió los colores del Club Social y Deportivo Lasallano, de la Primera B de la Liga Cordobesa de Fútbol (LCF). Hasta que, solo un año después, llegó el turno de calzarse la casaca albirroja. El volante central crecía a pasos agigantados. Y ese crecimiento que, se suponía, solo debía traer felicidad, acarreó también incertidumbre.

«Duber», con la tricolor de Lasallano.

“Mi año en Lasallano, a pesar de que era la primera vez que jugaba en cancha de 11, fue muy bueno. Teníamos un equipazo y eso hizo que mi adaptación fuera mucho más fácil. Varios de mis compañeros se fueron a clubes como Belgrano o Talleres. Ramiro Hernandes –actualmente en la Reserva de la “B”, donde ya firmó contrato-, por ejemplo, jugaba conmigo. En Instituto me pasó igual: llegué en 10ma, que era pre-AFA, y fui titular todo el año. Pero al año siguiente, en 9na, tuve una lesión en los cartílagos de crecimiento de las rodillas que me complicó bastante. Como era por temas de crecimiento, no tenía una fecha concreta de regreso y eso me jugó bastante en contra en la cabeza. Estuve seis meses parado y después casi que no jugué. En 8va lo mismo, no tuve continuidad. En 7ma fue el año de la pandemia, así que no lo hice. Volví en 6ta, a mitad de año, me gané el lugar, y en 5ta me consolidé y fui capitán del equipo”, cuenta el mediocampista nacido el 21 de diciembre de 2004.

―Es interesante lo que contás, porque muchos podrían pensar que un jugador de Primera fue exitoso siempre.
―Mis primeros años en AFA fueron duros, porque no me tocaba jugar y me frustraba mucho. Pero eso me sirvió para aprender, porque hoy miro hacia atrás y veo que ese camino me dejó un montón de enseñanzas: fue un camino áspero, pero ahora lo agradezco porque me ayudó a formarme. Después de la pandemia, empecé a buscar alternativas para mejorar: tuve un personal trainer, psicólogo y nutricionista. Son cosas que me ayudaron y que estoy contento de haberlas incorporado en ese momento.

Sabe de lucharla, a través de la ciencia, el espíritu y la fe, porque así lo aprendió en su casa. Claudio Dubersarsky, su papá, es un reconocido oncólogo que reparte su tiempo entre la medicina, la divulgación y la docencia. Su mamá, Andrea Orlando, también médica, comenzó como oftalmóloga hasta que, posgrado mediante, se dedicó a la psiquiatría. Y, aunque no es un practicante devoto del judaísmo, él, como todos en su casa, son creyentes.

Con esas armas, que le sirvieron ayer, afronta hoy otro desafío: después de sus ascendentes primeros pasos, un desgarro le impidió jugar nada menos que el clásico contra Talleres: “Me desgarré contra Boca el domingo y tenía la ilusión de jugar el sábado siguiente, contra Talleres. Un desgarro lleva 21 días de recuperación, pero cuando sos profesional vivís para esto. Hice fisioterapia a la mañana y a la tarde, e hice varios tratamientos para ver si podía llegar y no pude, el cuerpo no me lo permitió. Me metí a una cámara hiperbárica, que es de un conocido de mi viejo, y eso ayuda mucho a la recuperación. Pero no se pudo”.

Por la gente, así juega Dubersarsky, y su público se lo reconoce.

―¿Cómo se hace, a tu edad, para mantener los pies sobre la tierra con tantos vaivenes emocionales?
―Lo vivo con mucha tranquilidad. Este momento lo soñé toda mi vida, estoy muy feliz y lo estoy disfrutando un montón. Ahora que me tocó lesionarme, me doy cuenta y puedo ver las cosas desde otro lado y sí, es un sueño lo que estoy pasando. Mi familia, mi novia y mis amigos me ayudan un montón a seguir centrado. Me gusta estar tranquilo, no me gusta el quilombo.

―¿Qué es lo mejor y qué es lo peor del fútbol?
―Lo mejor que tiene es que uno se entrega al máximo por algo. Yo, de chico, cuando empecé a jugar, sabía que quería esto y me entregué al máximo sin saber si lo iba a poder lograr. Y creo que eso es un acto de amor muy grande. Y lo malo es que tenés mucha exigencia y, si no lo sabés controlar, te puede afectar mucho. Si te agarra en un mal momento, como me agarró a mí cuando estuve lesionado, te puede jugar una mala pasada.