Beraldi, el soñador intrépido: “Todavía estoy a tiempo de jugar en Primera”

Aunque disputó casi 350 partidos entre Primera Nacional y el resto de las categorías del ascenso, no pudo debutar en la máxima división del fútbol argentino. Pero, al igual que cuando asesinaron a su papá, se niega a rendirse.

Enero. Mar del Plata. San Martín de Tucumán completa la segunda práctica del día. Víctor Beraldi tiene 26 años. Si bien está cansado, su cuerpo tolera la exigente pretemporada. Aún no lo sabe, pero un mes más tarde terminará vestido de héroe ocasional cuando, a los 86’ del partido contra Juventud Antoniana, “el Santo” cometa un penal, se quede sin cambios y sin arquero, y le toque atajarlo para asegurar la victoria por 2 a 0. Lo que tampoco sabe todavía en ese enero sofocante es que, cuando salga de bañarse y desbloquee el celular, verá decenas de notificaciones de su mamá y de sus hermanos, devolverá esas llamadas perdidas y se enterará de que asesinaron de más de 20 puñaladas a la persona que le enseñó a jugar al fútbol: su papá.

“Mi viejo (Salvador) era policía y taxista y mi mamá (Miriam), empleada doméstica. Él salía a las 6 de la mañana, volvía a almorzar y le pegaba de nuevo hasta las 19. Cuando llegaba, con mis hermanos nos peleábamos para aspirarle el auto, porque siempre encontrábamos una moneda atrás del asiento. Mi vieja arrancaba a las 8, volvía al mediodía y se iba de nuevo de 16 a 20: limpiaba una casa los martes y los jueves, y otra los lunes, miércoles y viernes. Con mis hermanos tuvimos que aprender a hacer las cosas solos: íbamos al jardín caminando y nos hacíamos la mamadera nosotros. Tratábamos de que estuviera puesta la mesa cuando ellos llegaran y de levantarla cuando terminábamos de comer”, le dice a LA SAETA el experimentado volante riocuartense.

Aunque ya no jugaba en Municipal ni en Estudiantes, “Chueco” Beraldi seguía haciendo “vida de club”. Sin los botines y los pantalones cortos, pasaba largas tardes jugando a las bochas. Un día, con sus amigos decidieron que era hora de volver a la pelota.

Padre e hijo, unidos por la sangre y por el fútbol.

“Empecé a jugar al fútbol con mi papá –recuerda quien también vistió la camiseta de Atenas de su ciudad-. Él y otros padres llevaron el fútbol al club del barrio, El Sol. Íbamos a torneos relámpagos. Vendían empandas y pastelitos para que podamos competir. Después empezamos a jugar con los clubes más grandes, como Estudiantes y Atenas. Teníamos muy buen equipo y casi todos pasamos a Municipal, donde hice inferiores antes de jugar en Estudiantes. Hasta que a los 13 años me fui a Talleres”.

Muchos años después de ese viaje a Córdoba y de aquellos años viviendo en la pensión debajo de la tribuna de la “T”, comenzó la travesía más pesada de su vida: “Estaba jugando en Tucumán, estábamos de pretemporada en Mar del Plata. Y, después de un turno a la tarde, vi que tenía un montón de llamadas de mis hermanos y mi mamá. Cuando me lo comunicaron, fue un baldazo de agua fría. Había sido durante la madrugada anterior. Se lo dije al cuerpo técnico y los dirigentes, y empecé el viaje más largo de mi vida: de Mar del Plata a Buenos Aires, en remis, porque no había colectivo a Río Cuarto; de Buenos Aires a Córdoba, en avión, y mi hermano me buscó en el auto para ir de Córdoba a Río Cuarto, llegar al mediodía, estar una o dos horas en el velorio y poder despedirlo”.

El 10 de enero de 2012, a los 58 años, Salvador fue salvajemente asesinado en su casa de Lavalle al 100, en Río Cuarto. Cuando se frustró el plan de doparlo con sedantes para animales y robarle, Yésica Oviedo le asestó más de 20 puñaladas.

“Él ya estaba separado de mi mamá. Contactó a una trabajadora sexual que quiso dormirlo y le intentó robar. Mi papá se dio cuenta, se quiso defender y esta chica lo apuñaló y lo mató con un cuchillo Tramontina”, dice con la misma serenidad y frialdad con que duerme una pelota caliente debajo de la suela. Por ese crimen, Oviedo recibió una pena de 12 años. Tres años más tarde, le concedieron una prisión domiciliaria que violó para, en compañía de su madre, matar a un hombre de 82 años durante un asalto. La “viuda negra” recibió entonces una condena de 20 años.

Por los que no están y por los que recién llegan
Tiene 37 años. Jugó casi 350 partidos entre Primera Nacional y el resto de las divisionales. Logró cuatro ascensos, uno con Gimnasia y Tiro de Salta, dos con “el León” y uno con el que su amado “Matador” abandonó el Federal A y empezó la reconstrucción que lo tiene hoy como animador de la Copa Libertadores. Y, aun así, Beraldi quiere más.

En 2015, sacó al «Albiazul» del infierno que fue el Federal A.

—Después de todo lo que viviste, ¿por qué seguís jugando al fútbol?
—Por mi viejo, lo tengo presente en cada momento, y por mi hija Delfina, de 10 meses, que llegó para cambiarme la vida. Y porque me apasiona, disfruto mucho ir a entrenar, estar con los chicos, el vestuario. Soy consciente de que no me falta mucho para el retiro pero mientras lo disfrute, lo voy a seguir haciendo. No me da lo mismo perder, ganar o empatar. Me gusta la competencia. Siempre se lo digo a los más chicos: que peleen por su sueño. Jugar al fútbol, poder vivir de lo que a uno le gusta y que te paguen por eso es lo mejor que te puede pasar. A mi edad, tengo que intentar no correr al vicio, tratar de ser el descanso de mis compañeros con la pelota y ganar faltas. No sé cuánto podré jugar, pero voy a sumar desde donde me toque.

Vive en Las Higueras, pero nació y creció en Río Cuarto. Y ahí se enamoró del deporte que hoy lo muestra como flamante jugador de Estudiantes. “Tuve una infancia linda. Éramos y somos una familia muy de barrio, muy tranquila. Me acuerdo de salir de la escuela 21 de Julio, cruzar un arroyito y jugar toda la tarde al fútbol. Cada uno llevaba su pelota, poníamos palos de escoba como postes y así nos pasábamos todas las tardes”, rememora.

Las mil y una batallas que libró ayer y hoy, adentro y fuera de la cancha, le enseñaron que a veces se trata de saber esperar. Y por eso, pese a que vislumbra que se acerca el inexorable final, no se rinde en la lucha por cumplir nuevos sueños: jugar en Primera División, terminar el secundario y ver a la “T” campeón: “Me quedó pendiente jugar en Primera y en el exterior. Por mi edad, irme afuera es muy difícil ya, pero de jugar en Primera División creo que todavía estoy a tiempo, porque Estudiantes se prepara para eso, está a un paso y dos veces se quedó en la puerta. El secundario lo hice hasta 3° año. En pandemia lo intenté terminar y no pude por cuestiones mías, pero tengo ese objetivo, lo voy a lograr. Y Talleres vivió una transformación increíble. Los hinchas quieren un campeonato ya y se olvidan de disfrutar el momento. Lo otro viene solo. Todo tiene su premio y, a la larga, las cosas caen por decantación”.

FOTO: Marcelo López Tobares / Prensa AEE.