Parecen bartenders desubicados, como venidos de otra galaxia. No trabajan en bares, ni les prestan el oído a melancólicos bohemios de turno. Tampoco desarrollan su actividad de noche. Los shakers son las nuevas cocteleras en que estos jóvenes cantineros preparan tragos (no alcohólicos) grumosos, espesos y proteicos. La escena se repite todas las tardes en los gimnasios de Córdoba: miles de adolescentes que juegan al rugby desafían el calor y la humedad tomando batidos antes de encarar su rutina de entrenamientos. En busca de un cuerpo fornido, se pasean con cantimploras, bananas, barras de cereales y un cúmulo de inseguridades y secretos que acarrean como una mochila pesada.
Sin embargo, los envases esculturales que pretenden comprar con suplementos y, en algunos casos, inyecciones, no son gratuitos. “Me encantaría decirles y hacerles entender que, por más ‘pepas’ que tomen, no van a aprender a dar un pase. Las destrezas no se mejoran con drogas”, dispara un referente del seleccionado cordobés, Los Dogos, quien, fiel a la tendencia, prefiere preservar su identidad. Es que, en un deporte que se presume noble como ningún otro, el doping es el tema tabú por antonomasia: pese a que todos aseguran que las sustancias prohibidas rozan a la gran mayoría de los jugadores, ninguno se atreve a reconocerlo públicamente y, mucho menos, cuestionar su consumo. Así, se apela a químicos para potenciar el rendimiento y se burla un reglamento intentando naturalizar el peor de los pecados que existe en el deporte, la trampa, y se arriesga el bien más preciado de cualquier ser humano, la salud.
«Hay una mitificación de que, por tomar un shake, vas a ser mejor jugador de rugby. Pero para el desarrollo físico, el 60 por ciento corresponde a lo genético, un 20 por ciento es entrenamiento y un 10, la alimentación. La suplementación puede influir en el desarrollo físico en un 1 a un 4 por ciento», explica el ex-Puma Felie Contepomi, uno de los solitarios abanderados que bregan por un rugby “limpio”, en www.genrugby.com.
Pilar Martínez Paiva, nutricionista que trabaja con la Unión Argentina de Rugby (UAR) desde 2010 con el Pladar Centro, asegura que en la mayoría de los casos basta con tener una dieta equilibrada y que no siempre es necesario apelar a una ayuda extra: “Es verdad que el rugby es un deporte que tiene una exigencia física grande, y mucho más para aquellos que, además de entrenarse con sus clubes, lo hacen también para los seleccionados provincial y/o nacional, donde las demandas energéticas y nutricionales son bastante más elevadas. Y ni hablar si tenemos en cuenta que, al ser un deporte amateur (salvo contadas excepciones), a las exigencias propias de esta práctica deportiva se le suman el estudio, trabajo, etc. Sin embargo, considero que no es fundamental la inclusión de suplementos, al menos no en todos los casos. A la mayoría de los jugadores se les puede diseñar un plan de alimentos que no solo satisfaga los requerimientos energéticos del deporte, sino que contemple también los horarios de entrenamientos (gimnasio y rugby), de estudio (colegio o facultad) y/o de trabajo”.
Con los chicos, no
Si el tema del dopaje en el rugby incomoda, cuando se lo lleva al universo de los más chicos ese cerrojo se vuelve hermético y se silencia una discusión que urge poner sobre la mesa: ¿hasta cuándo se va a hacer la vista gorda con chicos que, en su afán por dar un gran salto físico, arriesgan su vitalidad?
«Es un tema muy difícil de manejar. En nuestro club, hemos encontrado chicos con anabólicos en edades muy tempranas. Estoy hablando de chicos de ¡16 años!», lanza el preparador físico de un club cordobés que pide ocultar su nombre «porque es un tema jodido», y advierte: «Primero, hacer los controles es carísimo. Y segundo, hay que ver qué hacemos con esos controles y esos chicos, porque es un tema de educación también: si nos quedamos solo en la sanción, 10 de los 15 jugadores de muchos clubes de Córdoba se quedarían afuera de la cancha».
Pero la complejidad va mucho más allá porque, según remarca Martínez Paiva, el consumo de productos estimulantes encierra un peligro que excede incluso a la voluntad de quienes los consumen: “Lamentablemente, existe una absoluta falta de control de calidad y del etiquetado en la industria de los suplementos deportivos, lo cual dificulta mucho la identificación de aquellos que son totalmente inocuos para la salud: muchos poseen sustancias prohibidas no rotuladas en los envases, o puede ocurrir que en el interior del pote no se encuentren las sustancias declaradas en la etiqueta”.
Así las cosas, el gran interrogante es: ¿por qué un joven o un hombre ya maduro consume sustancias prohibidas para practicar deporte, aun cuando a veces ni siquiera sabe qué está tomando y cuando, en ocasiones, eso que ingiere no es necesario? El que responde es Agustín Harlouchet, psicólogo y exjugador del Tala: “Principalmente, incrementar su rendimiento físico en un corto plazo, poniendo foco en los resultados y no en los procesos que lo llevan a lograrlos, atentando contra el natural funcionamiento de su cuerpo. Las causas dependerán de la particularidad de cada caso, pero pueden ser varias: desde creencias erróneas, falta de información, baja autoestima, etc.”.
Fraude mudo y ¿cómplice?
A diferencia de otras disciplinas, el rugby argentino no publica los casos de doping positivo. Tanto en mayores como en divisiones juveniles, cuando “salta” un episodio de dopaje la UAR elige el silencio. Con el argumento de no exponerlos socialmente, los dirigentes deciden proteger a un jugador que pretende sacar ventajas ilegalmente o a quien, en un acto de irresponsabilidad –pues sabe que, al hacerlo, infringe las reglas y lo espera una sanción que lo excluirá de una competencia-, consume drogas sociales por diversión.
“Todos sabemos que un jugador de acá que fue convocado a un seleccionado dio positivo un doping y UAR lo tapó”, revela el entrenador de una institución local.
Uno en Los Pumas, dos -uno de ellos, como invitado- en los Jaguares y tres en los Pumas Seven parece una cosecha magra de jugadores en la elite para una provincia que aspira a estar en el podio del rugby nacional. Un lugar que, aseguran, quiere ganarse al precio que sea. «Nuestro rugby es un rugby áspero, duro. Córdoba quiere mejorar y está bien, pero para eso hace falta evolucionar en aspectos clave. No puede ser que sigamos sin TMO (Oficial de Televisión del Partido) y sin controles antidoping; ni en las finales tenemos eso. Y no me vengan con que no hay plata, porque el dinero, en un ambiente como este, si se quiere se consigue. La Unión (Cordobesa de Rugby), en su afán por crecer como sea, da rienda suelta y deja que los chicos suban 20, 30 kilos en unos meses», le apunta a la dirigencia el coach de otra entidad cordobesa.
Los tonos de las voces empiezan a aumentar y los protagonistas, a paso lento, se atreven a denunciar –aunque sea, en forma anónima- una realidad que los envuelve. Lo que alguna vez fue un mal de pocos, hoy parece una piedra en el botín de muchos que, por amor al rugby, quieren sacarse de encima.
*Texto publicado originalmente el 16/3/2016, en www.masrugby.com.ar